Dos detectives “castigados” a resolver la desaparición de dos hermanas en las marismas del Guadalquivir; ésta es la premisa inicial para La Isla Mínima, de Alberto Rodríguez. Aunque pronto veremos que esto es sólo la excusa que nos adentra en un pueblo podrido y maldito de principios de los ochenta, que nos recuerda irremediablemente a aquel Twin Peaks donde todos esconden y cada trama es más rocambolesca que la anterior. Las niñas aparecen pronto asesinadas y con signos de tortura, y este es el punto de partida para una pesadilla con tintes oscuros y ambiente enrarecido. Es también irremediable compararla a True Detective, aunque para los escépticos, recordar que el largometraje es anterior a la serie.
Un pueblo que su mejor adjetivo sería asfixiante, unas niñas que darían lo que fuera por salir de allí y promesas vacías en forma de contrato para una vida mejor. Este es el cóctel inicial. La película es pausada pero no lenta, con algunas secuencias que te estrujan por dentro y te hacen desviar la mirada de la pantalla, como la persecución nocturna bajo la lluvia. Con detalles oníricos (me remito otra vez a Lynch) como la aparición del caballo y los pájaros (a quien esto no le recuerde a Twin Peaks ¡es que hace mucho que no la ha visto!), y unos planos aéreos magistrales, obra de Alex Catalán. De verdad que estos planos me han fascinado, como te alejan de la escena mientras te dan el tiempo justo de pensar en lo que acabas de ver.
Me encanta el malestar que genera una vez acaba el film, esa sensación de pesadez, de lluvia que te empapa, es de las primeras películas que te quitan las ganas de comentarlas hasta mucho rato después. Apuesta arriesgada pero terriblemente acertada de Javier Gutiérrez y Raúl Arévalo, dos actores de remarcado acento cómico, para los protagonistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario